sábado, 23 de octubre de 2010

Brazo a torcer

Tengo la absurda teoría de que la vida es muy complicada. O al menos la mía. Lo único que quiero es aprender a escribir bien. Para que me den el Premio Nobel de Literatura. y ahora que me he enterado, con lo que me gusta Perú, que se lo han dado a un señor de ese país que se llama ... un momento, que como no me acuerdo consulto Google ... eso, Vargas Llosa, con más motivo. No por el Premio Nobel en sí, que ya me contareis para qué diantre sirve, sino para viajar a Estocolmo, que a mí lo que me gustaría, además de escribir bien, es viajar. Seguramente demostraría ser inteligente si diese mi brazo a torcer. pero es que además de tonta soy cabezota.

La verdad es que tengo que confesar que ni los libros ni la literatura me interesan demasiado. Pero de pequeña, como admiraba mucho a mi padre, quería hacer lo que hacía mi padre. Bueno, casi todo. Y como mi padre, que era administrativo contable, de esos de los de antes pero sin maguitos, escribía a máquina, yo quería escribir a máquina. En realidad lo que quería era aprender a tocar el piano pero cuando se lo propuse a mi madre un verano me contestó que ni hablar del peluquín alegando que ser diecisiete de familia ocupando un apartamento de ochenta metros cuadrados era del todo incompatible con la instalación de un piano en casa. Que me conformase con Marumito como amigo. Como soy tonta pero no rebelde, me conformé. Pero Marumito, un egoísta redomado, además de un vago, no tenía ninguna intención de compartir su tiempo de ocio conmigo.

Dicen que quien no sabe qué hacer con el rabo espanta moscas, pero ni yo tengo rabo, ni en casa teníamos moscas, o sea que empecé haciendo como que tocaba el piano sentada frente a la máquina de escribir hasta que mi padre, pensando en mi porvenir (seguro que su decisión en ningún momento obedeció a lo que hubiese sido un incomprensible temor por la integridad física de la máquina), me regaló los tres tomos completos del Método Ciego Caballero para que aprendiese.

Ese fue el auténtico verano de mi vida que, efectivamente, habría de condicionar mi proyección futura. Hasta el día de hoy, claro. Como hemos quedado que, aunque no soy rebelde, soy cabezota, me propuse llegar a tocar aquella máquina en la que al principio sólo se producían atascos, o de todos mis dedos entre las teclas o de todas las teclas frente al papel, con la misma maestría con la que Bach tocaba las Variaciones Goldberg. Después de componerlas, claro está. Bach. Componerlas Bach, no yo. Que el hecho de que quisiese aprender a tocar el piano no significa que tenga interés alguno en la música, mucho menos en la clásica.

Y, por extraño que parezca, aprendí. Y, por extraño que parezca, además de aprender, aprendí bien. Hay en la familia quien dice que es mi único logro. Envidia cochina, contesto para defenderme. Sea como sea, lo cierto es que lo bordo. Toco más de cuatrocientas cincuenta teclas por minuto. De máquina, no de piano, que la habilidad con el piano creo que no se mide en teclas por minuto.

El caso es que estoy sofocada ya que además de averiguar en qué se mide la habilidad para con el piano, tengo que tomar una complicadísima decisión en relación con lo de aprender a escribir bien. Y es que he consultado en una escuela de escritores que hay al lado de mi trabajo. Como pasa siempre,  al principio todo han sido facilidades hasta que ha llegado el director con una pregunta fatídica a confirmar la absurda teoría de que la vida es muy complicada. O al menos la mía. ¿Qué es lo que quieres aprender a escribir bien?. Porque resulta que puedo aprender teatro, microrrelato, género negro, literatura fantástica, literatura infantil, redacción y estilo, escritura creativa, relato breve, poesía, novela, guión de cine, ... , un lío, vamos. Encima, seguro que para fastidiarme cuando me ha visto soplando en una bolsa de papel para calmar la angustia, me ha dicho que lo de escribir bien ... como en la mili. Es algo que al final, cuando se termina el trabajo en la escuela, a una se le supone.

De momento he optado por tomarme unas vacaciones en una isla desierta para reflexionar porque como en realidad lo único que me interesa es que me den el Premio Nobel de Literatura puesto que se lo han dado a un señor de Perú que se llama Vargas Llosa, además de para viajar a Estocolmo, igual ha llegado el momento de que dé uno de mis brazos a torcer. Y es que la vida es muy complicada. O al menos la mía.


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