domingo, 24 de octubre de 2010

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Buenos días Rosalía. Silencio. Los ojos abiertos. La mirada perdida en algún lugar indeterminado del techo. Buenos días Rosalía. Silencio. Tantos meses repitiendo el protocolo, que hace tiempo éste dejó de serlo. Ha aprendido que cuando no duerme siempre responde a la ternura de la mirada cercana, de la caricia en la piel, aunque su mundo no se encuentre en este mundo. Guarda el abrigo en el armario. Se acerca a la cabecera, le da un beso en la frente e insiste con suavidad. Buenos días Rosalía ¿cómo estás?. Y Rosalía regresa de su particular limbo dibujando una sonrisa. Buenos días, bonita, estoy bien ¿Y tú?. Intenta que no se quiebre la voz al responder bien, Rosalía, muchas gracias.

sábado, 23 de octubre de 2010

Brazo a torcer

Tengo la absurda teoría de que la vida es muy complicada. O al menos la mía. Lo único que quiero es aprender a escribir bien. Para que me den el Premio Nobel de Literatura. y ahora que me he enterado, con lo que me gusta Perú, que se lo han dado a un señor de ese país que se llama ... un momento, que como no me acuerdo consulto Google ... eso, Vargas Llosa, con más motivo. No por el Premio Nobel en sí, que ya me contareis para qué diantre sirve, sino para viajar a Estocolmo, que a mí lo que me gustaría, además de escribir bien, es viajar. Seguramente demostraría ser inteligente si diese mi brazo a torcer. pero es que además de tonta soy cabezota.

La verdad es que tengo que confesar que ni los libros ni la literatura me interesan demasiado. Pero de pequeña, como admiraba mucho a mi padre, quería hacer lo que hacía mi padre. Bueno, casi todo. Y como mi padre, que era administrativo contable, de esos de los de antes pero sin maguitos, escribía a máquina, yo quería escribir a máquina. En realidad lo que quería era aprender a tocar el piano pero cuando se lo propuse a mi madre un verano me contestó que ni hablar del peluquín alegando que ser diecisiete de familia ocupando un apartamento de ochenta metros cuadrados era del todo incompatible con la instalación de un piano en casa. Que me conformase con Marumito como amigo. Como soy tonta pero no rebelde, me conformé. Pero Marumito, un egoísta redomado, además de un vago, no tenía ninguna intención de compartir su tiempo de ocio conmigo.

Dicen que quien no sabe qué hacer con el rabo espanta moscas, pero ni yo tengo rabo, ni en casa teníamos moscas, o sea que empecé haciendo como que tocaba el piano sentada frente a la máquina de escribir hasta que mi padre, pensando en mi porvenir (seguro que su decisión en ningún momento obedeció a lo que hubiese sido un incomprensible temor por la integridad física de la máquina), me regaló los tres tomos completos del Método Ciego Caballero para que aprendiese.

Ese fue el auténtico verano de mi vida que, efectivamente, habría de condicionar mi proyección futura. Hasta el día de hoy, claro. Como hemos quedado que, aunque no soy rebelde, soy cabezota, me propuse llegar a tocar aquella máquina en la que al principio sólo se producían atascos, o de todos mis dedos entre las teclas o de todas las teclas frente al papel, con la misma maestría con la que Bach tocaba las Variaciones Goldberg. Después de componerlas, claro está. Bach. Componerlas Bach, no yo. Que el hecho de que quisiese aprender a tocar el piano no significa que tenga interés alguno en la música, mucho menos en la clásica.

Y, por extraño que parezca, aprendí. Y, por extraño que parezca, además de aprender, aprendí bien. Hay en la familia quien dice que es mi único logro. Envidia cochina, contesto para defenderme. Sea como sea, lo cierto es que lo bordo. Toco más de cuatrocientas cincuenta teclas por minuto. De máquina, no de piano, que la habilidad con el piano creo que no se mide en teclas por minuto.

El caso es que estoy sofocada ya que además de averiguar en qué se mide la habilidad para con el piano, tengo que tomar una complicadísima decisión en relación con lo de aprender a escribir bien. Y es que he consultado en una escuela de escritores que hay al lado de mi trabajo. Como pasa siempre,  al principio todo han sido facilidades hasta que ha llegado el director con una pregunta fatídica a confirmar la absurda teoría de que la vida es muy complicada. O al menos la mía. ¿Qué es lo que quieres aprender a escribir bien?. Porque resulta que puedo aprender teatro, microrrelato, género negro, literatura fantástica, literatura infantil, redacción y estilo, escritura creativa, relato breve, poesía, novela, guión de cine, ... , un lío, vamos. Encima, seguro que para fastidiarme cuando me ha visto soplando en una bolsa de papel para calmar la angustia, me ha dicho que lo de escribir bien ... como en la mili. Es algo que al final, cuando se termina el trabajo en la escuela, a una se le supone.

De momento he optado por tomarme unas vacaciones en una isla desierta para reflexionar porque como en realidad lo único que me interesa es que me den el Premio Nobel de Literatura puesto que se lo han dado a un señor de Perú que se llama Vargas Llosa, además de para viajar a Estocolmo, igual ha llegado el momento de que dé uno de mis brazos a torcer. Y es que la vida es muy complicada. O al menos la mía.


lunes, 18 de octubre de 2010

Mara


Amanecer en Arequipa. Óleo. Stain. Mendoza (Argentina)


Nació en la campiña que se extiende al pie de la altiplanicie andina, en una casa solariega de blanca piedra procedente de las canteras del Misti, la misma blanca piedra con la que fue reconstruida Arequipa y edificada la Iglesia de Santa Catalina en la que tomó bautismo, comunión y en santo matrimonio a Héctor, seis meses después de aquella tarde a orillas del Chili, para seguir sus pasos hogar a cuestas a través de todo el continente hasta Santa Marta, donde una madrugada el océano olvidó solicitarle acuerdo para acogerlo en su seno.

10:00 pm

Noche de tormenta. Fin de capítulo. Página 109. Marcador de cuero repujado: Argentina. Intimidad en el amanecer bonaerense. Parque del Sur. Rua Artesanos. Mate. Corralito. Tango callejero. Florida. Estuario del Plata. Anochecer plata ...

03:00 am

Mara despierta angustiada, aturdida. Tarda unos segundos en identificar la familiar penumbra en la que se dibuja el inquieto perfil de los árboles en movimiento. La tormenta sigue arreciando en el exterior. Huracán millas marinas este, corriente norte, sobre el Atlántico. Efectos colaterales. El agua repiquetea en los cristales, las contraventanas sin ajustar golpean la fachada y una rejilla rasgada de la batiente de la entrada cruje atrapada en la barandilla. Orden.

La lluvia ha tomado de la mano a la bahía que aferrada al bosque de arces deambula perezosa sobre la pradera antes de decidir cruzar el puente que atraviesa el río para caminar descalza entre los tréboles del jardín y ascender silenciosa hasta su habitación a susurrarle una canción de cuna. Se acurruca bajo el edredón, se deja mecer por el aroma, y duerme.

09:00 am

Luz tímida entre las nubes. Recoge el libro caído sobre la alfombra. No recuerda en qué momento se quedó dormida, probablemente un segundo antes de colocarlo sobre la mesilla. La envejecida madera del pasillo habla oscilante bajo sus pies mientras camina siguiendo una hilera de marcas de tierra húmeda que termina ante la puerta cerrada de la habitación de Rod.

10:30 am

Desde la cocina le observa. Sentado en la amaca frente a la chimenea, bebe despacio. No concibe dolor más intenso que el de sentirle como a un anciano derrotado.


viernes, 15 de octubre de 2010

Marumito

Mi madre me regaló un Marumito hace unos días. Sin motivo aparente porque era un día del año como otro día cualquiera señalado en un calendario cualquiera. Un calendario de esos de los de antes, que lo único que tenían escrito era el año, el mes, el día, fundamentalmente el número del día que es de lo que se trata. Los calendarios de ahora se parecen a un periódico dominical acompañado de todo tipo de accesorios cuyo principal  propósito es acercarte a cualquier cosa que te aleje de lo fundamental, que es el periódico.

Cuando llego a la oficina cada mañana encuentro en mi calendario de sobremesa el nombre del día en quince idiomas; las fiestas locales, comarcales, autonómicas, estatales e internacionales; la fase lunar junto a la hora del eclipse, en su caso; el nombre de los santos que, en una sociedad cada vez más laica, crecen en proporción a la deuda externa; la artística fotografía del lugar más paradisíaco que soñarse pueda ... Cuando quiero dar por concluido el oportuno concienzudo análisis sobre la frase en cursiva, ha pasado media mañana. Llegado ese momento tengo tantos expedientes obrando extrañas arquitecturas sobre mi mesa que ya me da lo mismo saber el número que identifica el día. Sea cual sea seguro que corresponde al mes siguiente al que debieron quedar resueltos.

Igual por eso mi madre me regaló un Marumito. Igual para que me ayude en la oficina -mientras me entretengo con el calendario- con los expedientes, las fotocopias, las llamadas telefónicas o el archivo que se esconde, es así de tímido, debajo de una capa de telarañas en un rincón. Igual para que me ayude en casa -mientras me entretengo con el periódico dominical, los tres suplementos, el documental que explica cómo caminan sobre las aguas los insectos zapateros, la película o la orfebrería de la pulsera por entregas-, con la compra del supermercado, con la ingrata cocina o con el resto de tareas domésticas como pasar el aspirador para hacer desaparecer esas aterradoras bolas grises que se asoman a ritmo continuo desde debajo de la cama. He llegado a pensar que alguien ha instalado sin mi consentimiento una planta manufacturera pero el uso de la lógica -que me ahorra el trabajo de agacharme para comprobarlo- me indica que debe tratarse de un asunto mucho más complejo porque estoy segura de que, aunque tendamos al minimalismo recogido, no hay ingeniero capaz de idear un sistema de producción continuar tan eficaz en tan poco espacio.

El caso es que desde que mi madre me regaló un Marumito ha ocurrido algo inexplicable en casa. Federico está mucho más contento porque asegura que yo estoy más contenta. Natalia, Evaristo, Hortensia y Macarena están mucho más contentos porque cuando regresan del colegio ya no tienen que discutir ante el cuadrante de las tareas que tenían asignadas, como hacer los deberes o bajar a turnos alternos a pasear con Rulo. Y yo estoy mucho más contenta, aunque no soy capaz de decidir si es porque de pronto ya no hay expedientes en mi mesa ni telarañas en el archivo, porque esta primavera podré ponerme faldas ya que he dejado de darme golpes en las espinillas con el carro del supermercado, porque he aprendido a no tropezar con el cable del aspirador o, simplemente, porque me pongo contenta cuando mi familia está contenta.

El que me tiene un poco preocupada ahora es Marumito. No parece querer contagiarse con nuestra alegría familiar. ¿Será que tiene celos de Rulo?. Igual debería hablar con él para averiguar qué le ocurre porque  mi único propósito es que todos estemos contentos. Pero no quiero parecer impertinente. Bueno. Pensaré en ello cuando termine de leer el periódico dominical.




Marumito. Disgustado. Lógicamente.[Venecia 2006]

PD: He tenido muchas dificultades con el ordenador a la hora de editar esta entrada. he hablado con Marumito pero asegura que no entiende nada de informática. Me extraña.