Mi madre me regaló un Marumito hace unos días. Sin motivo aparente porque era un día del año como otro día cualquiera señalado en un calendario cualquiera. Un calendario de esos de los de antes, que lo único que tenían escrito era el año, el mes, el día, fundamentalmente el número del día que es de lo que se trata. Los calendarios de ahora se parecen a un periódico dominical acompañado de todo tipo de accesorios cuyo principal propósito es acercarte a cualquier cosa que te aleje de lo fundamental, que es el periódico.
Cuando llego a la oficina cada mañana encuentro en mi calendario de sobremesa el nombre del día en quince idiomas; las fiestas locales, comarcales, autonómicas, estatales e internacionales; la fase lunar junto a la hora del eclipse, en su caso; el nombre de los santos que, en una sociedad cada vez más laica, crecen en proporción a la deuda externa; la artística fotografía del lugar más paradisíaco que soñarse pueda ... Cuando quiero dar por concluido el oportuno concienzudo análisis sobre la frase en cursiva, ha pasado media mañana. Llegado ese momento tengo tantos expedientes obrando extrañas arquitecturas sobre mi mesa que ya me da lo mismo saber el número que identifica el día. Sea cual sea seguro que corresponde al mes siguiente al que debieron quedar resueltos.
Igual por eso mi madre me regaló un Marumito. Igual para que me ayude en la oficina -mientras me entretengo con el calendario- con los expedientes, las fotocopias, las llamadas telefónicas o el archivo que se esconde, es así de tímido, debajo de una capa de telarañas en un rincón. Igual para que me ayude en casa -mientras me entretengo con el periódico dominical, los tres suplementos, el documental que explica cómo caminan sobre las aguas los insectos zapateros, la película o la orfebrería de la pulsera por entregas-, con la compra del supermercado, con la ingrata cocina o con el resto de tareas domésticas como pasar el aspirador para hacer desaparecer esas aterradoras bolas grises que se asoman a ritmo continuo desde debajo de la cama. He llegado a pensar que alguien ha instalado sin mi consentimiento una planta manufacturera pero el uso de la lógica -que me ahorra el trabajo de agacharme para comprobarlo- me indica que debe tratarse de un asunto mucho más complejo porque estoy segura de que, aunque tendamos al minimalismo recogido, no hay ingeniero capaz de idear un sistema de producción continuar tan eficaz en tan poco espacio.
El caso es que desde que mi madre me regaló un Marumito ha ocurrido algo inexplicable en casa. Federico está mucho más contento porque asegura que yo estoy más contenta. Natalia, Evaristo, Hortensia y Macarena están mucho más contentos porque cuando regresan del colegio ya no tienen que discutir ante el cuadrante de las tareas que tenían asignadas, como hacer los deberes o bajar a turnos alternos a pasear con Rulo. Y yo estoy mucho más contenta, aunque no soy capaz de decidir si es porque de pronto ya no hay expedientes en mi mesa ni telarañas en el archivo, porque esta primavera podré ponerme faldas ya que he dejado de darme golpes en las espinillas con el carro del supermercado, porque he aprendido a no tropezar con el cable del aspirador o, simplemente, porque me pongo contenta cuando mi familia está contenta.
El que me tiene un poco preocupada ahora es Marumito. No parece querer contagiarse con nuestra alegría familiar. ¿Será que tiene celos de Rulo?. Igual debería hablar con él para averiguar qué le ocurre porque mi único propósito es que todos estemos contentos. Pero no quiero parecer impertinente. Bueno. Pensaré en ello cuando termine de leer el periódico dominical.
Marumito. Disgustado. Lógicamente.[Venecia 2006]
PD: He tenido muchas dificultades con el ordenador a la hora de editar esta entrada. he hablado con Marumito pero asegura que no entiende nada de informática. Me extraña.
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