Rod ha llegado tarde a la cabina. mara le da un sencillo pero cordial buenos días en cálida aunque aparente despreocupación hacia el sufrimiento que lee, una mañana más, en el desencajado rosotro de su amigo. un silencioso "estoy por si ...". Conecta el canal clásico. Un fondo armónico que calme un poco a un hombre que parece haber envejecido cinco años en apenas unas horas.
En cuanto siente el primer contacto de las tibias manos de Mirza sobre su piel cierra los ojos e intenta olvidar la opresión en las mandíbulas y relajarse cambiando la posición de la espalda en la butaca en repetidos movimientos estériles. Contracturado, respira entrecortadamente. Pero se esfuerza en controlar el desgarro ante la certeza de que ya no puede hacer nada más por Celia.
Las carcajadas de Isbel seguidas de un discurso que sabe dirigido a él pero que su cerebro no es capaz de traducir le obligan a regresar a la realidad de una jornada de rodaje que hoy, hoy no, por favor, se siente incapaz de afrontar.
- Pero ¿te acuerdas o no, Rod? ¿Rod? ¿Es que no me escuchas? ¡Caramba! Que mala cara tienes. ¿Te encuentras bien? Le contaba a Silvia aquella anécdota de ...
Mala cara tienes son las únicas palabras que logra filtrar esbozando una sonrisa, aunque sólo acierta a dibujar un gesto descompuesto que se pierde entre las palabras de Isabel.
El reflejo de la imagen de Silvia le sonríe con comprensión desde el espejo. Ignora qué puede ocurrirle a Rod pero le intuye tan lejos de las estridencias de la maquilladora como lo está ella en este momento. ha sido esta noche una más de las muchas transitando el interior de una pesadilla repetida en la que, tras conducir durante horas en desesperada búsqueda, se encuentra perdida entre el desierto de una ciudad desconocida aferrada al volante de su coche detenido ante un semáforo en rojo frente al que sin duda es, ese sí, el edificio que alojaba su apartamento. Un edificio que se sostiene en imposible ejercicio arquitectónico al haber desaparecido, además de la planta de acceso, un buen número de plantas, la suya incluida, ocupadas ahora por el vacío absoluto.
Rod repite un descompuesto gesto, en esta ocasión no como producto de la indiferencia o la impotencia sino como inmediata reacción ante la heladora sensación de que la sonrisa regalada no proviene del reflejo de Silvia sino de un espectro ajeno a ella oculto en el interior del espejo.
- ¡Dos minutos!, resuena la cantarina llamada de un auxiliar desde la puerta.
Rod, que se ha demorado unos segundos repasando sus notas, es el último en abandonar la cabina. Instintivamente dirige la mirada hacia el espejo para descubrir sobre la superficie vertical una lágrima detenida en el mismo lugar en el que hace unos minutos se reflejaba el rostro de Silvia.
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